La felicidad no es un destino al que llegar sino más bien una disposición durante el viaje. Ese viaje, sin embargo, no siempre es sencillo y apacible. A lo largo de la vida aparecen escollos y problemas que nos frustran y agobian, haciendo caer en picado nuestro nivel de felicidad.
Un estudio realizado en el Dartmouth College reveló que la felicidad oscila según los cambios que se producen en las diferentes etapas de la vida. Tras analizar a casi 14 millones de personas de 168 países, se apreció que existe una correlación entre la edad y el nivel de infelicidad e insatisfacción con la vida.
La felicidad oscila a lo largo de nuestro ciclo vital
Para sentirnos felices no necesitamos que todos los astros se alineen, pero las preocupaciones cotidianas, los problemas de salud o los conflictos interpersonales pueden hacer tambalear el frágil equilibrio en el que se sustenta nuestra felicidad.
Por eso, las personas que participaron en la investigación respondieron una serie de preguntas sobre su salud mental y las interacciones sociales. En el estudio se analizaron desde sus niveles de estrés, ansiedad y depresión hasta la pérdida de confianza en uno mismo, la soledad o la insatisfacción en las relaciones interpersonales. También se tuvo en cuenta la salud física de cada participante, desde los problemas para dormir hasta posibles condiciones que causaran dolor.
Los resultados no dejaron lugar a dudas. Aunque pensamos que la adolescencia y la vejez son etapas particularmente difíciles de la vida, en realidad la curva de la felicidad toca su punto más bajo a finales de los 40 años, específicamente a los 49 años.
Los niños pequeños comienzan teniendo un nivel de felicidad bastante alto, pero luego la curva va disminuyendo hasta los 49 años. Curiosamente, más tarde el nivel de felicidad vuelve a aumentar, de manera que los adultos mayores suelen sentirse más felices y satisfechos que las personas de mediana edad.
¿Qué nos ocurre a los 49 años?
Muchas personas viven la mediana edad como un punto de inflexión. Representa una especie de montaña que, tras haber ascendido, ofrece unas vistas inquietantes. Una encuesta realizada en Australia ratifica esa visión. Entre los 45 y 54 años no disminuye únicamente el nivel de felicidad sino también nuestra satisfacción con la vida. En esta etapa vital el 73% de las personas reconoció sentirse insatisfechas, aunque después de los 65 años su satisfacción con la vida aumentó.
No se trata de un fenómeno nuevo. En 1965 el psicoanalista y científico social canadiense Elliott Jaques introdujo por primera vez el concepto de crisis de la mediana edad para hacer referencia a esa disminución del nivel de felicidad y satisfacción con la vida, acompañado de una sensación de añoranza por la juventud y el temor por un futuro que se vislumbra sombrío.
De hecho, un estudio más reciente de la Universidad de Greenwich reveló que el 46% de los hombres y el 59% de las mujeres reconocen haber pasado por una crisis de la mediana edad entre los 40 y 49 años. Esa crisis normativa podría ser la principal razón por la cual somos más infelices en esta etapa.
Durante esta fase de la vida suelen producirse transformaciones psicológicas importantes que cambian la manera en que nos vemos y relacionamos con el mundo. Si no gestionamos adecuadamente esos cambios, pueden sumirnos en un estado de insatisfacción y pérdida.
1. El dolor por los sueños incumplidos
Cuando somos jóvenes tenemos muchos sueños y toda una vida por delante para cumplirlos. Sin embargo, alrededor de los 45 años solemos hacer un alto para realizar una especie de inventario de lo que hemos logrado. En ese momento, algunas personas pueden sentirse fracasadas si no han cumplido sus ilusiones juveniles.
Lo que más nos afecta psicológicamente no es el sueño roto sino aceptar la idea de que tendremos que renunciar a algunas de esas metas de juventud porque son sueños imposibles o muy difíciles de alcanzar en las circunstancias actuales. Esa renuncia dibuja ante nosotros un futuro más sombrío, con menos espacio para los sueños, lo cual nos obliga, hasta cierto punto, a reestructurar nuestra autoimagen. Por desgracia, esa actualización del “yo” no siempre es indolora.
2. Aumenta la depresión
A partir de los 40 años, muchas personas comienzan a tener la sensación de que su mejor momento ya ha pasado. Pueden experimentar una sensación de vacío y una ausencia de goce genuino por la vida, como si ya hubieran vivido todo lo que merecía ser vivido y a partir de ese momento cualquier cosa que les depare el futuro es un triste remake en blanco y negro.
Muchas personas pueden comenzar a sentirse atrapadas en las obligaciones laborales, familiares y sociales que han contraído, las cuales pueden hacerles sentir como prisioneros de una rutina que les resulta extenuante. De hecho, en esta fase el decaimiento, no solo a nivel físico sino también existencial, es la sensación más común. Si esos cambios no se gestionan adecuadamente, pueden conducir a la depresión, según reveló un estudio realizado en Estados Unidos en el que se apreció que los índices de depresión se disparan precisamente entre los 40 y 59 años.
3. Preocupación creciente por la salud
La década de los 40 no solo trae retos a nivel psicológico sino también físicos. Muchas personas comienzan a padecer a esta edad los primeros problemas físicos que revelan el paso del tiempo. A medida que la juventud nos va abandonando, aparecen los primeros dolores que llegan para quedarse.
Entre los 45 y 54 años comienzan a aparecer dolores crónicos en las articulaciones, ciática y cervicalgia, según un estudio llevado a cabo en Estados Unidos. Eso genera nuevas preocupaciones y a menudo nos obliga a asumir que ya no somos los de antes, que el tiempo está pasando y que no lo podemos detener ni mirar hacia otro lado.
No todo está perdido, la madurez también es una etapa de crecimiento
La llegada de los 40 o 50 años no tiene que suponer necesariamente una crisis. Elliott Jaques creía que el logro fundamental de la mediana edad consiste en superar el idealismo juvenil para abrazar lo que denominó la “resignación constructiva”. Se refería a la necesidad de aceptar los cambios y plantearnos metas más realistas para seguir creciendo como personas.
Carl Jung también creía que la mediana edad es una etapa de crecimiento particularmente provechosa, siempre que sepamos integrar los aspectos reprimidos de nuestra psiquis. Mirarnos al espejo – con una parte de los deberes hechos y la otra parte aún por definir – es una oportunidad ideal para reconocer y reencauzar todos esos impulsos y deseos que, por una u otra razón, hemos escondido a los demás y a nosotros mismos.
La madurez es esa etapa en la que no necesitamos demostrar nada a nadie. Es un momento en el que nuestra personalidad se enriquece y se vuelve más estable. Podemos aceptarnos mejor. Incorporar nuestras sombras. Reconocernos en lo bueno y en lo malo. Sentirnos finalmente nosotros mismos. Liberarnos.
Dejar atrás la juventud no tiene que vivirse como un proceso de pérdida. También implica adentrarnos en una etapa más reflexiva de nuestra vida, una fase en la que podemos sopesar mejor nuestras decisiones a la luz de la experiencia adquirida, de manera que estamos mejor equipados para seguir avanzando.
A la larga, los cambios psicológicos que se producen durante la mediana edad nos conducen a un mayor bienestar. La ciencia demuestra que las emociones positivas terminan imponiéndose y que volvemos a sentirnos felices y satisfechos. Solo necesitamos admitir el final de tiempos pasados y acoger con serenidad los tiempos que vendrán. Así podremos salir de esta etapa con una satisfacción vital renovada.