El miedo a la muerte es misterioso. Ese temor a lo desconocido aparece en nuestra primera infancia, que es cuando comenzamos a tener conciencia de que algún dÃa desapareceremos.
Generalmente esa conciencia comienza con una muerte cercana, como la de un abuelo. Las conversaciones sobre la mortalidad son tabú desde un principio, pues los adultos suelen ser reacios a dar muchas explicaciones o hablar sobre ello con los niños. Estos, por su parte, aunque temen a la muerte no creen completamente que vayan a perecer algún dÃa. Saben que son mortales, por supuesto, pero no lo saben visceralmente. La muerte para ellos es algo lejano.
En realidad lo es para todos. Sigmund Freud llegó a sugerir que ninguno de nosotros cree plenamente que vaya a morir y que no podemos imaginarnos muertos.
Esto no es verdad del todo, si tratamos de imaginarlo, podemos llegar a verlo. Pero Freud acertó parcialmente: existe una especie de misterio percibido sobre la muerte que puede impregnar nuestro pensamiento al menos por un tiempo, esta irrealidad se conoce como angustia existencial.
Según explica la psiquiatra Iskra Fileva en Psychology Today, a medida que nos acercamos a la muerte, la idea del final de la vida se vuelve bastante creÃble. La angustia existencial puede convertirse entonces en pavor o en aceptación.
¿Hay realmente alguna forma de luchar contra ese miedo que paraliza y que tiene que ver con nuestra propia desaparición? Sartre señaló una ambigüedad en nuestra actitud hacia la muerte y en la fuente del miedo, recoge El Confidencial. Si bien no queremos morir, sabemos que podemos elegir hacerlo. Esa elección también es algo que tememos.
Podemos intentar superar el miedo a la muerte enfrentando nuestro fin en nuestra propia imaginación. Hay algo liberador en esto, aunque también puede haber algo parecido al sÃndrome de Estocolmo. Sabiendo que no podemos evitar la muerte, podrÃamos tratar de verla como no tan aterradora.
Todo esto viene, probablemente, de una creencia equivocada de que el difunto es una vÃctima porque al morir ya no podrá disfrutar de los bienes terrenales. Esta supuesta privación no es privación en absoluto desde el punto de vista del difunto. Los fallecidos no tienen ningún punto de vista, de hecho. No es posible que les importe la ausencia del abrazo de nadie.
Hay que entender también que el miedo a la muerte es el que nos hace humanos. La sociedad comenzó a avanzar, al fin y al cabo, cuando tuvo conciencia de la desaparición y también empezó a enterrar a sus muertos y honrarlos.
De hecho, somos los únicos animales de la Tierra con una verdadera conciencia de nuestra muerte, y esa espiritualidad es lo que nos hace diferentes.
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