Orlando, quien comenzó como mensajero y escaló en el sector turístico, no se rindió cuando lo despidieron, sino que dedicó su esfuerzo a sembrar guarumos y frutales para atraer animales.
Con el tiempo, logró crear un santuario, ubicado cerca de San Carlos, aunque administrativamente pertenece a San Ramón, donde hoy llegan diversas especies a refugiarse, mientras él gestiona un hospedaje sostenible que nació de la adversidad.
Aunque el proyecto surgió como una respuesta al fracaso laboral, se ha convertido en un ejemplo de cómo la perseverancia y el amor por la naturaleza pueden transformar un espacio en un legado ecológico y económico.