Cori Salchert le dice a la casa que comparte con su marido una "casa de la esperanza".
En el 2002 la madre de ocho niños comenzó a adoptar a "bebes de hospicio", o sea, bebes que nadie más quiere por sus problemas de salud y su escasa expectativa de vida.
La motivación detrás de este hermoso acto de solidaridad descansa en su pasado y su historia personal. Cuando era una niña, su hermana, Amie, contrajo meningitis espinal. Luego de que las altas fiebres destruyeran gran parte del funcionamiento de su cerebro, dejándola mental y físicamente discapacitada, fue a vivir a una casa para niños que estuviesen en situaciones similares.
Cuando Amie tenía 11 años, salió por una puerta que había sido dejada sin llave en esta casa y se ahogó en un estanque en un campo de golf cercano. Cori imagina lo que debe haber sido para ella, ahogandose sin conocimiento real de lo que le estaba pasando y preguntándose porque nadie estaba ahí para ayudarla. Es una experiencia que la marcó para siempre.
Muchos años más tarde, Cori encontró su profesión como enfermera, y siempre disfrutó más que nada de trabajar con las familias de recién nacidos y embarazadas, que llegaban al hospital con toda la ilusión de agrandar su familia.
Sin embargo, muchas veces notaba que estos embarazos terminaban de manera trágica, con muertes en el útero o poco después de nacer.
Con el paso del tiempo comenzó a interesarse en trabajar cada vez más con las familias de este tipo, que generalmente producían la distancia del resto de sus compañeras, con la intención de hacer estas experiencias menos traumáticas. Sabía que era imposible arreglar lo que estaba roto, pero entendía que en ese momento, más que nunca, sus vidas requerían de cariño y compañía.
Luego Cori sufrió su propia crisis de salud, al encontrarse combatiendo varias enfermedades autoinmunes que requirieron diversas cirugías para reparar el daño causado a sus órganos digestivos. Cuando se encontraba en cama, incapaz de trabajar, se comenzó a preguntar como la vida iba a compensar todos sus malos momentos.
A las pocas semanas, en agosto de 2012, recibió una llamada en donde le ofrecían hacerse cargo de una bebé sin nombre de dos semanas y que no tenía nadie quién la cuidara. El diagnóstico era oscuro: la bebé había nacido sin el hemisferio derecho e izquierdo del cerebro y no respondía a otro estímulo más que del dolor.
Sin embargo, Cori y su familia la adoptaron y la nombraron Emmalynn. Podría haber muerto sola en una habitación de hospital, pero Cori y su familia la hicieron una parte fundamental de sus vidas. La llevaban a todas partes, le daban cariño, le hablaban y siempre estaban con ella.
Durante cincuenta días, esta fue su vida. Cuando Cori comenzó a darse cuenta que la fuerza de la pequeña se extinguía, reunió a toda la familia, quienes la acompañaron, le cantaron, la abrazaron. Su esposo la arropó y se aseguró que estuviese calentita. Finalmente, Cori la tomó en sus brazos mientras le cantaba y a los pocos minutos descubrió que no respiraba. Había muerto rodeada de amor y compañía.
Si bien al principio esta muerte los dejó devastados, con el tiempo comenzaron a pensar en adoptar otro bebé. Y así fue como Charlie ingresó en sus vidas en octubre de 2014.
Charlie tiene un diagnóstico negativo, pero que no necesariamente es terminal. De cualquier modo, los niños con su tipo de daño cerebral generalmente mueren a los dos años. Charlie ya ha sido conectado a un soporte vital y fue resucitado diez veces en el último año.
Sin embargo, su familia está haciendo todo para que lleve una vida lo más normal posible. Inclusive consiguieron la aprobación para instalar una cama especial donde poder acostarse con él mientras está conectado a las máquinas que le dan vida.
Cori siempre quiso cuidar a estos niños y si bien cada muerte la daña un poco, ella describe su corazón como un vitral: como ellos, está compuesta de pedazos que han sido destrozados y luego unidos, en formas más bellas y más resistentes que antes.