A raíz de la pérdida de su primo víctima del cáncer, el japonés Itaru Sasaki construyó una cabina telefónica para “hablar” con su ser querido.
Meses después de instalar el que apodó “el teléfono del viento” en una colina en Otsuchi, a unos 500 kilómetros de Tokio, el 11 de marzo de 2011 ocurrió en Japón el devastador terremoto 9.1 y el posterior tsunami que provocó más de15 mil muertes y más de 2.500 personas desaparecidas.
Luego de ocurrida la tragedia, comenzó a llegar un gran número de personas que querían hablar con sus seres queridos.
“Hay muchas personas que no pudieron despedirse. Hay familias que desearían haber dicho algo al final, si hubieran sabido que no volverían a hablar”, dice Sasaki a Reuters.
“Todo sucedió en un instante, no puedo olvidarlo ni siquiera ahora. Te envié un mensaje diciéndote dónde estaba, pero no lo revisaste”, dice Kazuyoshi Sasaki
Muchos sobrevivientes dicen que la línea telefónica, que no está conectada a ninguna red, les ayuda a mantenerse en contacto con sus seres queridos y les brinda algo de consuelo mientras lidian con su dolor.
“Abuelo, ya han pasado 10 años y pronto estaré en la escuela secundaria”, dice Daina, el nieto de 12 años de Okawa, mientras todos se apretujan en la pequeña cabina telefónica. “Existe un nuevo virus que está matando a mucha gente y por eso llevamos máscaras. Pero a todos nos va bien”.
Sachiko Okawa también perdió a un familiar en el terremoto de 2011. Por 44 años estuvo casada con Toichiro, quien perdió la vida en el tsunami hace una década.
“Me siento sola”, dice finalmente, con la voz quebrada, y le pide a Toichiro que cuide de su familia. “Adiós por ahora, volveré pronto.”
La mujer dice que a veces siente que puede escuchar a su difunto esposo al otro lado de la línea. “Me hace sentir un poco mejor”.
Sasaki dice que ha sido contactado para replicar el teléfono en Gran Bretaña y Polonia, a raíz de la pandemia del coronavirus y que ha matado a miles de personas en Europa.
“Al igual que un desastre, la pandemia se produjo de repente y cuando una muerte es repentina, el dolor que experimenta una familia también es mucho mayor”, dice el hombre de 76 años.
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