En 1978 el científico y consultor de la NASA Donald J. Kessler, consciente del creciente número de satélites que las potencias ponían en órbita cada año, y la previsibilidad de que tal número creciera con el paso del tiempo, propuso un escenario futuro nada halagüeño que podríamos describir con el término “reacción en cadena” que manejan los físicos cuando hablan de fisión nuclear.
En aquel escenario “apocalíptico” Kessler imaginó un volumen de basura espacial en la órbita baja terrestre tan alto, que los innumerables objetos que volarían de forma incontrolada (como balas perdidas) impactarían con frecuencia sobre otros objetos (pensemos en satélites en operación). A su vez, los objetos resultantes del impacto, convertidos en nuevos proyectiles de basura espacial, impactarían contra otros, aumentando el caos en cada ocasión. Como veis, la expresión “reacción en cadena” es efectivamente la analogía más gráfica para entender lo que podría llegar a suceder, si seguimos poniendo más y más satélites nuevos en órbita, al tiempo que no nos preocupamos de retirar los viejos.
Hablar hoy del Síndrome Kessler es más relevante que nunca, especialmente después de que el mundo conociera lo que los rusos han hecho al efectuar pruebas de misiles tierra- espacio usando un viejo satélite Kosmos-1408 lanzado en 1982 como diana. La kosmos, averiada desde hace años, pesaba más de una tonelada y los múltiples objetos que salieron despedidos tras el impacto del misil llegaron a preocupar seriamente a los tripulantes de la ISS, desatando como es lógico la indignación de las autoridades de los Estados Unidos, que tacharon las maniobras rusas de “peligrosas e irresponsables”.
En la actualidad existe una cifra aproximada de 330 millones de pedazos de tecnología humana en el espacio. Obviamente no es que la humanidad haya lanzado todos esos objetos de forma individual, sino que muchos de son restos pequeños desprendidos de otros objetos más grandes. De no detener esa reacción en cadena, la Tierra terminará orbitada por cinturones de basura espacial, lo cual sería un problema sumamente grave si pretendemos viajar con seguridad al espacio, ya que nos veríamos obligados a superar esos cinturones de detritus.
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Si ser preguntan si ya ha habido algún impacto entre satélites la respuesta es “sí”. En 2009 un satélite de comunicaciones estadounidense operativo, llamado Iridium 33, colisionó con un satélite de comunicaciones ruso abandonado llamado Cosmos 2251, en algún lugar de la órbita situada a unos 780 kilómetros de altitud sobre el norte de Siberia, generando unos 1000 fragmentos de basura espacial. (Muchos de los cuales siguen girando sobre nuestras cabezas de forma incontrolada).
Por desgracia, cada vez nos acercamos más al punto fatídico del cual Kessler pretendió alertarnos, ya que el ritmo al que lanzamos satélites a la órbita excede ampliamente al de la caída de objetos a la Tierra, algo de lo que el consultor estadounidense ya era conocedor en 2009, cuando advirtió que de no hacer nada, los choques entre satélites serían la fuente más común de creación de nuevos detritus espaciales.
Hoy en día, los modelos empleados por las fuerzas aéreas de los Estados Unidos ya concluyen que el ambiente espacial es “inestable”. Incluso la ESA está de acuerdo en que aunque se pusieran en marcha proyectos encaminados a retirar viejos satélites de la órbita, y se espaciaran los lanzamientos (algo sumamente improbable) pronto comenzaremos a ver impactos entre objetos. Esto será especialmente común en algunas órbitas geosíncronas muy empleadas (y atestadas) actualmente para instrumentos de comunicación estatal y comercial.
La irrupción de nuevas compañías orientadas al negocio espacial ha conseguido abaratar notablemente el precio de los lanzamientos, y eso solo puede suponer una cosa, muy pronto la expresión “síndrome de Kessler” dejará de ser desconocida, para convertirse en toda una pesadilla que amenazaría sectores tan críticos como las comunicaciones, el GPS y las predicciones meteorológicas.