Después del invierno más oscuro, por fin está mejorando el ánimo en el Reino Unido. El 22 de febrero, el primer ministro Boris Johnson anunció una ruta tentativa para sacar a la nación de su tercer y más largo cierre de emergencia.
“El azafrán de la esperanza está perforando la escarcha y la primavera está a la vuelta de la esquina”, comentó Johnson en una conferencia de prensa desde Downing Street, con su característica pomposidad.
Se puede perdonar a los británicos por ser escépticos. El manejo de Johnson de la pandemia ha estado plagado de fanfarronadas, promesas rotas y resultados devastadores: han muerto más de 120.000 personas, la cifra más alta de Europa y, per cápita, una de las peores tasas de mortalidad en el mundo.
No obstante, con una implementación sorprendentemente exitosa de la campaña de vacunación, la esperanza ahora está al alza. A finales de febrero, el Reino Unido había administrado al menos una primera dosis de la vacuna a más de 20 millones de personas, más de una cuarta parte de la población. Tan solo Israel, las Seychelles y los Emiratos Árabes Unidos lo han hecho más rápido. La Unión Europea está muy rezagada con respecto al país insular, lo que para la gente que apoyó el brexit representa un punto a favor.
El 24 de febrero, un periódico alemán publicó en el titular de su primera plana: “Queridos británicos, ¡los envidiamos!”.
Para los británicos es un cambio de suerte desorientador, pues su nación pasó la mayor parte del año pasado como un estudio de caso de cómo no manejar una pandemia.
En la primavera de 2020, Johnson se resistió a las peticiones de un cierre de emergencia, se jactó de que seguía estrechando la mano de “todo el mundo” y pronto contrajo el virus. Cuando llegó el verano al Reino Unido, ya se habían perdido más vidas ahí que en cualquier otro país de Europa, de las cuales hasta 20.000 podrían haberse salvado si el país se hubiera confinado antes, según un estimado. Sin embargo, aunque la pandemia avanzaba, Johnson parecía no aprender nada y se demoró en imponer un segundo cierre de emergencia.
Entre noviembre y enero, una tasa desorbitada de infecciones y una nueva variante del virus duplicaron el número de muertos y convirtieron al Reino Unido en un objeto de lástima a nivel mundial. Cuando más de 40 países les cerraron sus fronteras a los británicos, esa nación se ganó el triste apodo de “la isla plaga”. El Reino Unido se veía muy enfermo y solitario.
Qué diferencia han hecho unas cuantas semanas.
El gobierno de Johnson se puede llevar parte del crédito. En julio, el Reino Unido tomó la controvertida decisión de desvincularse del esquema de vacunación voluntaria de la Unión Europea, y la torpe implementación de la vacuna en el continente ha justificado esa decisión. El gobierno británico pidió con rapidez las vacunas de Pfizer y Astra-Zeneca, y su regulador nacional fue el primero del mundo en aprobarlas. El país también ha podido acelerar el ritmo de aplicación de las primeras dosis al permitir que transcurran hasta doce semanas entre las inyecciones, mientras que la mayoría de los países se esfuerza por que solo pasen tres semanas entre dosis.
No obstante, este éxito también le pertenece al Servicio Nacional de Salud (NHS, por su sigla en inglés), el cual ya llevaba diez años luchando con la austeridad conservadora cuando empezó la pandemia. La confianza en el NHS — “lo más parecido que tienen los ingleses a una religión nacional”, como reza la frase que popularizó Nigel Lawson, un legislador conservador— es alta, al igual que la aceptación de la vacuna: un estudio reciente reveló que, de cada diez adultos, más de ocho estaban dispuestos a vacunarse. Además, gracias al alcance del NHS, hay un centro de vacunación a una distancia máxima de 16 kilómetros de casi todos los hogares británicos.
Por lo tanto, el gobierno conservador está volando alto. Los índices de aprobación de Johnson, que estaban 29 puntos por debajo del líder del Partido Laborista en septiembre, ahora están diez puntos por arriba, y su partido está ampliando su ventaja en las encuestas.
Las penurias de la Unión Europea solo han endulzado el éxito del Partido Conservador. Para un gobierno que fue elegido a finales de 2019 para “Lograr el brexit” y un país que salió de manera oficial de la Unión Europea tan solo unos meses antes de registrar sus primeros casos de COVID-19, la contrastante velocidad del Reino Unido ha coincidido a la perfección con la caricatura del bloque ineficiente e inepto plasmada por los defensores del brexit. En un tenso intercambio, en el cual la Unión Europea amenazó con bloquear las vacunas destinadas al Reino Unido para luego retractarse y asegurar falsamente que la vacuna de todas maneras no era particularmente efectiva, el bloque también acabó con la superioridad moral que todavía le quedaba. Un importante periódico liberal de Alemania, Die Welt, describió estas acciones como “el mejor comercial en favor del brexit”.
Los conservadores han alentado a los británicos a hacer la misma conexión. Matt Hancock, el secretario de Salud, aseveró que la velocidad regulatoria del Reino Unido fue “gracias al brexit” (el regulador lo niega) y David Davis, el exsecretario del brexit, fue todavía más directo: “Si quieren una sola prueba de la importancia del brexit, ahí la tienen”.
Con la alta cifra de muertes en el Reino Unido y la peor recesión del G7, los defensores del brexit tal vez esperen una mejor comprobación de la superioridad de su causa. Todavía seguimos en uno de los cierres nacionales de emergencia más largos y estrictos de Europa (apenas podremos reunirnos con alguien fuera de casa para tomar “café o hacer un día de campo” después del 8 de marzo en Inglaterra). Sin embargo, es fácil ver cómo, gracias a la vacuna, la pesadilla de la pandemia será absorbida por su mito churchilliano predilecto: como una prueba más de la determinación nacional en la que el país se defendió solo, soportó la calamidad, sufrió y a final de cuentas encontró el camino para salir de la oscuridad.
La pandemia también ha demostrado ser útil para otras cosas: alejar la atención pública de los problemas inmediatos que causó el brexit, como las cadenas de suministro interrumpidas y la escasez en los supermercados, y reducir la visibilidad de las consecuencias económicas del brexit aunque estas vayan a durar más tiempo.
Johnson es famoso por sus cualidades de teflón y la pandemia podría ser la prueba definitiva de esto. Sus errores han sido descarados, repetitivos y costosos, pero la implementación triunfante de la vacuna le ha dado un nuevo impulso.
Después de un año horrible, Johnson está disfrutando de su mejor momento, y será difícil detenerlo.
© The New York Times 2021